Nacido en Tempe, Arizona, en 1968, cifra pintor Johanna Harmon recuerda haber sido un apasionado de dibujo ya desde los siete años. No está seguro de cómo aplicar su talento natural enorme en su vida adulta, ella fue a trabajar en una empresa de diseño y fabricación.En sus veinticinco años comenzó a tomar clases numerosas en la Escuela de Artistas de Scottsdale y también asistir a los talleres en el Denver Art Students League y el Instituto de Arte Fechin en Taos. A finales de los años 90 se trasladó con su marido a Colorado ya los 30 se instaló un estudio en su casa para convertirse en un pintor de tiempo completo. Johanna pinta sus figuras de forma precisa y muy bien. Observaciones y las emociones se equilibran en sus lienzos por su maestría en el arte los aspectos formales y su respeto y compasión por sus súbditos. Sus modelos son en su mayoría mujeres, que difieren en su origen étnico y son a menudo los bailarines veces, las madres con sus hijos y las mujeres jóvenes en poses contemplativas. Desde la comisión de un cuadro de carrera de tiempo completo, Johanna ha disfrutado de un gran reconocimiento. Ha ganado numerosos premios incluyendo el Premio de la revista Plein Air de Excelencia en la Exposición OPA Nacional de Jurado en el 2005, William Schneider Premio OPA de Excelencia en 2003, y Best of Show en la Feria de mejores y más brillantes de la Escuela del artista de Scottsdale en 2001. Su trabajo ha aparecido en publicaciones tales como Enfoque Santa Fe y el sudoeste y el arte en la portada de las tendencias de Arizona. Actualmente vive en las afueras de Denver, Colorado.
Pablo Solari por Adrian G Basualdo Un largo y solitario camino La mirada clara de Pablo Solari custodia el paisaje raigal del barrio porteño de Flores, donde nació en abril de 1953. Un lugar de avenidas transitadas, como aquella Juan Bautista Alberdi en la que medio siglo atrás estuviera su casa natal, o la San Pedrito en la que hoy tiene el taller que comparte con "Monchi", el gato blanco que pasea con gracia por entre colores y pinceles, pero también de calles recoletas, de adoquines adecuados para el fútbol entre amigos y la lectura compartida de los libros de aventuras de la colección Robin Hood. Una infancia con eje en la vida familiar, donde la presencia de Italia se materializaba en padres y abuelos inmigrantes recientes, originarios de la Toscana, que se resistían a dejar su lengua y sus costumbres, sus canciones y el sobrevuelo de las melodías de Puccini y de Verdi cuyos ecos aun tienen vigencia en las mañanas frescas de este invierno de 2003. L
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